lunes, 31 de mayo de 2010

SANGRE DEL 27, GERARDO DIEGO


Gerardo Diego Cendoya nació en Santander el 3 de octubre de 1896 en Madrid. El 8 de julio de 1987 fue un destacado poeta y escritor español perteneciente a la llamada Generación del 27. Fue alumno de la Universidad de Deusto i catedrático de Lengua y Literatura en Institutos de Soria, Gijón, Santander y Madrid. En Santander dirigió dos de las más importantes revistas del 27, Lola y Carmen. Fue uno de los principales seguidores de la Vanguardia poética española, y en concreto del Ultraísmo y del Creacionismo. En 1925 obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Elaboró las dos versiones de la famosa Antología de poesía que dio a conocer a los autores de la Generación del 27. Como profesor, dio cursos y conferencias por todo el mundo. Fue también crítico literario, musical y taurino además de columnista en varios periódicos. Desde 1947 fue miembro de la Real Academia Española. En 1979, se le concedió el Premio Cervantes, el cual curiosamente resultó ser la única vez en que se premió a dos personas en un mismo año. Murió el 8 de julio de 1987 en Madrid a los 91 años. Representó el ideal del 27 al alternar con maestría la poesía tradicional y la vanguardista, de la que se convirtió en uno de los máximos exponentes durante la década de los años veinte. Su obra poética sigue, estas dos líneas. Su poesía tradicional comprende poemas de corte tradicional y clasicista, donde recurre con frecuencia al romance, a la décima y al soneto. Los temas son muy variados: el paisaje, la religión, la música, los toros, el amor, etc. Es suyo el considerado por muchos el mejor soneto de la literatura española, El ciprés de Silos, así como de otros poemas importantes como Nocturno, Las tres hermanas o La despedida. Su inclinación por el nuevo arte de vanguardia le lleva a iniciarse primero en el creacionismo. La falta de signos de puntuación, la disposición de los versos, los temas intrascendentes y las extraordinarias imágenes caracterizan esta poesía.
A Ángel del Río

Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza

devanado a sí mismo en loco empeño.


Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme

y ascender como tú, vuelto en cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,

mudo ciprés en el fervor de Silos.

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